martes, 7 de febrero de 2012

Huidiza noche

El bosque en mis ojos. Su reflejo recorta mis pupilas, ávidas de verdes y marrones; parece noche. Fuera, el cenit recubre las copas de pinos, oyameles, ayacahuites, las superficies irregulares de rocas, musgos, líquenes. El tacto va leyendo eso que tienen que decir, el aire atrapado y el agua, la danza del tiempo. Y mil rayos en mi piel se van quedando, en cada surco dactilar, en la frontera yema y uña, con gotitas que me toman por asalto cuando rompo su calma entre los granos, entre las hojas.

Me siento en una roca; frente a mi, los montes y las nubes que pasan bajo el sol. En mis pupilas sigue siendo bosque y noche. Mis palmas se plantan en el suelo frío y húmedo, los dedos exploran y donde hubo gotas ahora hay una mezcla de fragmentos minúsculos de plantas que van integrándose con el tiempo y el suelo en cada horizonte. ¡Cuántos soles se recostaron en donde ahora beben mis manos! Los poros se abren.

Cuando salen, noche. Las estrellas se escondieron, en la tez tan pálida se quedan huellas de lo ha sido el horizonte; parecen nubes negras. Lluvia de hojas pulverizadas, raíces deshechas, historias de las patas que han pisado bajo los árboles, de polen. En las uñas se quedó la historia y más tarde, en el papel, se cayeron granos negros sobre la tinta. En mis ojos se escurrieron las imágenes de día cuando huyó de mis manos eso que tuvo estrellas y agua, que pudo entrarme por la boca y ha salido por la voz y su lenguaje. La tierra que cubre la piel bajo la vida, bajo el calor y el aire y el agua. El barro donde se vierte eso que fluye en las fronteras de la luz, huyó la noche.

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