martes, 14 de febrero de 2012

En invierno, blancos


Iztaccíhuatl


Duerme, en silencio, en estera cálida, fértil;
sueña con nubes, agua en la garganta del cielo.

¡Canta!

Y al lado, espero, sentado.
Mis manos en las rodillas, descansan;
mis pies, tiemblan, buscan entre tus faldas.

Hay hojas, hay plumas, hay tierra;
la ceniza se mezcla, como huella del humo
por donde la flor y el canto escalaran.

El blanco de la luna se ha vertido,
antes del sol y su fuego;
la mujer que dormita se cubre de mantas blancas.


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Iztacxóchitl


En la tierra seca, donde queda el polvo del tiempo, crece el maguey con sus manos al cielo. Florece.



El sol vigila el suelo seco,
hubo nubes como manta de algodón
y dejaron escurrir, el cántaro se vació;
hubo colibrí entre hojas verdes.

¡La falda de serpientes!

Canta el viento, canta bajo el cielo;
el polvo danza, danza el tiempo.
Mis ojos miran la frontera de los sueños.

El maguey se yergue, flor del deseo;
aguamiel en sus entrañas,
el sol ante las manos, la lengua,
los labios que sacian la sed del corazón.

Lluvia, viento; el tiempo es barro,
la piel recibe, de día, los rayos cálidos:
el cuerpo es horno.

Flor blanca que mana donde hubo sol.


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Iztacpopoca


Tu nombre a hurtadillas, madrugada fría;
oro antaño, pasajero de hojas secas.

¡En un charco, la medusa de estrellas!

Las nubes son tamiz, el polvo baja
y, como el aire en biblioteca,
la mirada lo remueve. Sonrisa de piedra.

Un ave disecada, su ataúd con etiquetas;
en la morgue seca están las alas
¿y las plumas que volaban?
se han hundido hace tanto
con las huellas del pirata.

Mis párpados cerrados, pestañas de espuma;
debajo hay arrecifes sin olas,
esas bajarán en mejillas de mangle
cuando el alba llegue, libre y dorada.





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