lunes, 27 de mayo de 2013

Don Goyo: El guerrero de fuego y agua

El Popocatépetl es uno de los volcanes más emblemáticos de México, y no sólo por ser el segundo pico más alto y la eterna fumarola que lo adorna, razón de su nombre: montaña que humea en náhuatl. Cualquiera que conozca al “Popo” recuerda el dueto que forma con la Iztaccíhuatl o “la volcana”, como la llaman los lugareños, y la leyenda del guerrero y la princesa que se teje a su alrededor. Junto con el Citlaltépetl o Pico de Orizaba, la Iztaccíhuatl, el Nevado de Colima, el Nevado de Toluca y el volcán Malitzin en Tlaxcala, forma las seis montañas coronadas de glaciares. Sin embargo, el coloso lleva más medallas que las que acabo de mencionar.
Cumbre nevada del Popocatépetl vista desde el Iztaccíhuatl. (Foto: Javier Guzmán Sánchez).


Don Goyo se viste con riquísimos y densos bosques de coníferas, tan viejos que vieron correr a los tamemes mexicas que llevaban nieve cada mañana a los palacios de la Gran Tenochtitlán. En esos bosques habitan numerosas especies de animales, hongos y plantas. Dependiendo de la hora, con una sencilla caminata desde Paso de Cortés, lugar donde se unen los dos volcanes, se pueden ver todos estos organismos.

Antes del amanecer, con mucha suerte, podrían encontrarse los pocos coyotes que quedan y hay quien dice que ha visto huellas de puma, ya entrada la mañana el halcón de cola roja podría volar a la misma altura de nuestra mirada esquivando las ramas en busca de pequeños roedores; en los tramos de bosque viejo uno puede toparse con un pájaro carpintero hurgando entre los huecos de la corteza de oyameles y ayacahuites. A medida que se deja atrás el bosque y se internan los pasos en los pastizales, se corre el riesgo de caer en los túneles de tuzas que van devorando las raíces de las plantas y, con mucha suerte, en la curva menos esperada puede pasar corriendo la gran estrella de los volcanes: el conejo teporingo, que tiene la peculiaridad de ser endémico de México, es decir que vive exclusivamente en nuestro país.

Sería muy complicado encontrar cada una de las 74 especies de hongos que se conocen en los volcanes, pero con una visita en temporada de lluvias bien que se pueden comer un par de quesadillas de los hongos silvestres; ya los alucinógenos son otro cantar, ¡no se diga de los varios tóxicos que crecen entre los pinos! Y bueno, con sólo pasar la mirada mientras se sube por la carretera pavimentada del lado de Amecameca o por la terracería del lado de Puebla, se alcanzan a ver los pinos y oyameles que forman los bosques; con una mirada de cerca, se pueden notar las rocas vestidas con musgos que parecen volver a la vida con las primeras lluvias y helechos escondidos a los pies de los árboles. Ya en el albergue de Paso de Cortés se notan las reforestaciones que van creciendo entre el zacatón que forma el pastizal alpino que se adorna con arbustos y flores extrañísimas. Toda esta diversidad, que Don Goyo comparte con La Mujer Dormida, ha sido razón suficiente para que ambos formaran el Parque Nacional Izta-Popo desde 1935. Precisamente son un hermoso ejemplo de cómo se pueden conjugar el fuego y el agua en las entrañas de un volcán.

Desgraciadamente no se puede subir en estos días a Paso de Cortés. Cualquiera que encienda la radio, la televisión o revise los periódicos, sea impreso o virtual, se entera de la fuerte actividad del volcán. Don Goyo guarda enormes cantidades de lava y otros materiales incandescentes. Definitivamente un guerrero con fuego en las entrañas. El cráter, que desde 1994 se encuentra cerrado al público por sus frecuentes exhalaciones, deja escapar lodos al rojo vivo y rocas llamadas piroclastos que con solo tocar el zacatón de las laderas generan incendios que despachan cuanto encuentran a su paso por kilómetros incluso durante días. Los incendios se combaten con brigadas formadas por los mismos ejidatarios y coordinadas por personal del Parque Nacional, para evitar que acaben con el ecosistema y alcancen las poblaciones de las faldas. Sin embargo, un incendio no es una catástrofe… Al menos no del todo.

Las coníferas que pueblan los bosques de los volcanes cuentan con especies que, curiosamente, sólo pueden reproducirse con fuego; sus semillas desnudas, en los conos que solemos llamar piñas, no podrían germinar de otro modo. Entonces, con el fuego que inicia los incendios es posible que los ecosistemas en Don Goyo sigan su dinámica natural. Claro que el incendio no siempre se origina con todas esas cosas que arden y se funden en las galerías dentro del Popocatépetl; a veces es la chispa de un rayo en las tormentas o basta con una colilla mal apagada o una fogata desatendida. En estos últimos casos, la fuente del fuego no es propia del ambiente en que vive el bosque y es cuando su dinámica se rompe. En los otros casos, el fuego contribuye a que los árboles viejos cedan paso a las nuevas plantulitas que poco a poco llenarán los claros que dejen sus ancestros.

Al crecer, las plantas van desarrollando sus raíces entre las rocas del suelo en busca de nutrientes y algo que es vital: el agua. Entre la superficie del volcán y la intrincada red de túneles que comunican sus chimeneas con el magma del manto terrestre, hay una serie muy gruesa de estratos que forman el suelo sobre el que crecen los bosques y zacatonales. Esta serie se mantiene unida gracias a las raíces que abrazan el suelo. Ahí, entre ésos estratos, corren y escurren pequeños arroyos subterráneos e invisibles. ¿Cuántos hay? ¿Por dónde pasan? ¡Nadie podría decirlo con exactitud sin tener que partir en cachos a Don Goyo!

De todas maneras, es fácil ver cómo el agua va entrando en la tierra. Sobre el volcán, la lluvia es siempre torrencial; comienza con grandes gotas y mucho viento, luego se sigue el granizo y en invierno se alcanzan las nevadas. En las veredas alfombradas de tierra y ceniza se forman charcos, por las hojas de zacatón, arbusto o árbol van escurriendo chorritos de agua primero y gotas pequeñas después de la lluvia. El agua siempre vuelve a la tierra y con el paso del día va entrando, poco a poco, la que escapa a la evaporación por el sol. Algo parecido ocurre cuando los hielos de la cumbre de Don Goyo, como si fueran sus canas, se van derritiendo y forman hilillos de agua que crecen hasta ser ríos mientras va montaña abajo, entre las plantas, mojando ceniza. A veces, esa agua se mete entre los huecos del suelo y los intersticios que quedan entre cada grano de tierra; otras veces, corre hasta los valles en grandes caudales.


La infiltración no sería posible sin plantas que afianzaran el suelo con sus raíces y éstas no podrían crecer si el ambiente con que se viste Don Goyo pierde el equilibrio. Con la recarga de los acuíferos que corren bajo Don Goyo y su compañera, es posible dar agua a los municipios que se extienden a su alrededor, en los valles de México, Morelos, Puebla y Tlaxcala, formando una de las zonas más pobladas del planeta. Con el tiempo, la blanca cima del guerrero se hace más negruzca y el monte donde conviven agua y fuego se va secando para volverse solamente un horno colosal.
Las canas de los glaciares forman ríos que poco a poco van hacia los valles y a veces se juntan, bajo tierra, con los acuíferos. (Foto: Javier Guzmán Sánchez).

miércoles, 17 de abril de 2013

¿Será?

De nuevo andamos por aquí. ¡Ya era justo! Tanto tiempo de abandono era una falta de respeto. Ojalá no hayan sentido la ausencia.

La cosa es: La maldita página en blanco. A veces uno salta con una idea, pero se da cuenta de que falta sustento, así que nos dedicaremos a una cuestión de opinión: ¿Será culpa de las tecnologías? Y me refiero específicamente a dos casos: Los OGM y la dependencia del internet y la electricidad.
 

Es cierto que la velocidad con la que nos comunicamos nos mete en una inercia difícil de combatir, así que buscamos mantener el paso. Que mandar mensajes más rápido y barato, que tener el mejor rendimiento eléctrico y electrónico, que poder compartir no sólo un pensamiento también una vista o un suceso con todo y detalles. ¡Vamos! La lista es enorme y cada elemento puede resolverse con los constantes adelantos tecnológicos. Pero el ritmo trepidante de pronto convierte el gusto por comunicar a gran velocidad en una necesidad, y luego en un modo indispensable de vivir.

Hace un par de semanas estábamos buscando como locos (cada quién busca a su manera) un lector de tarjetas de memoria o un convertidor de memoria XD a SD. Indistintamente de cómo se solucionó la cosa, me percaté de que la cámara de la que queríamos descargar las fotografías realmente no era vieja, era de este mismo siglo, y sus accesorios ya eran tan obsoletos que estaban descontinuados.


¡Lo sé! Es chiste viejo. La tecnología lleva esa aceleración desde el siglo pasado.

El detalle es que eso me llevó a pensar ¿acaso ya no es útil mi celular? (huelga decir que su máxima tecnología es el bluetooth). Eso me aterró, porque parece que la vida no tendría sentido sin suficientes chunches electrónicas como para revisar el feisbuc y el tuiter cada instante, como para poder tener acceso a la red con suficiente potencia como para subir y bajar archivos de peso considerable.

Claro, no es culpa del ingeniero. Él invento un teléfono celular para agilizar los servicios en un hospital; él inventó un sistema de red para procesar datos de manera confidencial y cerrada; él inventó un objeto para inmortalizar momentos. Pero ¿acaso los inventaron para esclavizar? Cualquiera que simpatice con la teoría de la conspiración diría, con el adecuado tono paranóico, que sí; en mi caso, digo que no. Los avances no tienen la culpa.

Lo mismo sucede con los OGM. ¿Que son malos? Bueno, dudo que exista maldad en algo cuya moral no se conoce. Más allá de ese simplismo, la manipulación genética ha servido para numerosos avances en el conocimiento de la naturaleza de las moléculas de los seres vivos. Se han encontrado mejores maneras de combatir los efectos de bacterias, virus y demás bichos. Se han encontrado formas de "mejorar", en terminos de rendimiento para beneficio humano, diversos organismos. Incluso, formas de conservar organismos al borde de la desaparición.

Pero eso lleva un costo: Pérdida de biodiversidad ante la uniformización de la identidad genética de los seres vivos. Y peor aún, la posibilidad de patentar la vida.

Sin embargo, ello no es culpa del interés legítimo de un científico. Al menos no en la generalización de la disciplina completa, que afortunadamente nos obsequia el beneficio del anonimato.

¿Dónde está el problema?

Una opinión no basta, y prometo una entrada con sustentos razonables. Por ahora, me resigno a decir que el problema estriba en la manera en que funcionan esos temas (que son entramados de conceptos, ideas y enunciaciones). ¿A qué me refiero con esto de funcionar?

Según Mary Hesse, las teorías científicas son redes de conceptos que se entrelazan y se desarrollan en el seno de alguna disciplina científica para explicar y procurar comprender algún aspecto de la realidad. La función de estas redes es justo ser asimilada y comunicada efectivamente con un público tanto especializado como no especializado, y que derivado de esa asimilación, tengan repercusiones en diversas formas de aplicación (no necesariamente ingenieriles y materiales).

Así, digo que el desarrollo de tecnologías como los gadgets y los OGM no es malo, sino la forma en que nos relacionamos con esos desarrollos y esta forma depende en gran medida de nuestra cosmovisión. Es entonces cuando resuena en mi cabeza la palabra "consumismo".

Hasta la próxima...