El Popocatépetl es uno de los volcanes más
emblemáticos de México, y no sólo por ser el segundo pico más alto y la eterna
fumarola que lo adorna, razón de su nombre: montaña que humea en náhuatl.
Cualquiera que conozca al “Popo” recuerda el dueto que forma con la
Iztaccíhuatl o “la volcana”, como la llaman los lugareños, y la leyenda del
guerrero y la princesa que se teje a su alrededor. Junto con el Citlaltépetl o
Pico de Orizaba, la Iztaccíhuatl, el Nevado de Colima, el Nevado de Toluca y el
volcán Malitzin en Tlaxcala, forma las seis montañas coronadas de glaciares. Sin
embargo, el coloso lleva más medallas que las que acabo de mencionar.
Cumbre nevada del Popocatépetl vista desde el Iztaccíhuatl. (Foto: Javier Guzmán Sánchez). |
Don Goyo se viste con riquísimos y densos
bosques de coníferas, tan viejos que vieron correr a los tamemes mexicas que
llevaban nieve cada mañana a los palacios de la Gran Tenochtitlán. En esos
bosques habitan numerosas especies de animales, hongos y plantas. Dependiendo
de la hora, con una sencilla caminata desde Paso de Cortés, lugar donde se unen
los dos volcanes, se pueden ver todos estos organismos.
Antes del amanecer, con mucha suerte, podrían
encontrarse los pocos coyotes que quedan y hay quien dice que ha visto huellas
de puma, ya entrada la mañana el halcón de cola roja podría volar a la misma
altura de nuestra mirada esquivando las ramas en busca de pequeños roedores; en
los tramos de bosque viejo uno puede toparse con un pájaro carpintero hurgando
entre los huecos de la corteza de oyameles y ayacahuites. A medida que se deja
atrás el bosque y se internan los pasos en los pastizales, se corre el riesgo
de caer en los túneles de tuzas que van devorando las raíces de las plantas y,
con mucha suerte, en la curva menos esperada puede pasar corriendo la gran
estrella de los volcanes: el conejo teporingo, que tiene la peculiaridad de ser
endémico de México, es decir que vive exclusivamente en nuestro país.
Sería muy complicado encontrar cada una de las
74 especies de hongos que se conocen en los volcanes, pero con una visita en
temporada de lluvias bien que se pueden comer un par de quesadillas de los
hongos silvestres; ya los alucinógenos son otro cantar, ¡no se diga de los
varios tóxicos que crecen entre los pinos! Y bueno, con sólo pasar la mirada
mientras se sube por la carretera pavimentada del lado de Amecameca o por la
terracería del lado de Puebla, se alcanzan a ver los pinos y oyameles que
forman los bosques; con una mirada de cerca, se pueden notar las rocas vestidas
con musgos que parecen volver a la vida con las primeras lluvias y helechos
escondidos a los pies de los árboles. Ya en el albergue de Paso de Cortés se
notan las reforestaciones que van creciendo entre el zacatón que forma el
pastizal alpino que se adorna con arbustos y flores extrañísimas. Toda esta diversidad,
que Don Goyo comparte con La Mujer Dormida, ha sido razón suficiente para que
ambos formaran el Parque Nacional Izta-Popo desde 1935. Precisamente son un
hermoso ejemplo de cómo se pueden conjugar el fuego y el agua en las entrañas
de un volcán.
Desgraciadamente no se puede subir en estos
días a Paso de Cortés. Cualquiera que encienda la radio, la televisión o revise
los periódicos, sea impreso o virtual, se entera de la fuerte actividad del
volcán. Don Goyo guarda enormes cantidades de lava y otros materiales
incandescentes. Definitivamente un guerrero con fuego en las entrañas. El
cráter, que desde 1994 se encuentra cerrado al público por sus frecuentes
exhalaciones, deja escapar lodos al rojo vivo y rocas llamadas piroclastos que
con solo tocar el zacatón de las laderas generan incendios que despachan cuanto
encuentran a su paso por kilómetros incluso durante días. Los incendios se
combaten con brigadas formadas por los mismos ejidatarios y coordinadas por
personal del Parque Nacional, para evitar que acaben con el ecosistema y
alcancen las poblaciones de las faldas. Sin embargo, un incendio no es una
catástrofe… Al menos no del todo.
Las coníferas que pueblan los bosques de los
volcanes cuentan con especies que, curiosamente, sólo pueden reproducirse con
fuego; sus semillas desnudas, en los conos que solemos llamar piñas, no podrían
germinar de otro modo. Entonces, con el fuego que inicia los incendios es
posible que los ecosistemas en Don Goyo sigan su dinámica natural. Claro que el
incendio no siempre se origina con todas esas cosas que arden y se funden en
las galerías dentro del Popocatépetl; a veces es la chispa de un rayo en las
tormentas o basta con una colilla mal apagada o una fogata desatendida. En estos
últimos casos, la fuente del fuego no es propia del ambiente en que vive el
bosque y es cuando su dinámica se rompe. En los otros casos, el fuego
contribuye a que los árboles viejos cedan paso a las nuevas plantulitas que
poco a poco llenarán los claros que dejen sus ancestros.
Al crecer, las plantas van desarrollando sus
raíces entre las rocas del suelo en busca de nutrientes y algo que es vital: el
agua. Entre la superficie del volcán y la intrincada red de túneles que
comunican sus chimeneas con el magma del manto terrestre, hay una serie muy
gruesa de estratos que forman el suelo sobre el que crecen los bosques y
zacatonales. Esta serie se mantiene unida gracias a las raíces que abrazan el
suelo. Ahí, entre ésos estratos, corren y escurren pequeños arroyos
subterráneos e invisibles. ¿Cuántos hay? ¿Por dónde pasan? ¡Nadie podría
decirlo con exactitud sin tener que partir en cachos a Don Goyo!
De todas maneras, es fácil ver cómo el agua va
entrando en la tierra. Sobre el volcán, la lluvia es siempre torrencial;
comienza con grandes gotas y mucho viento, luego se sigue el granizo y en
invierno se alcanzan las nevadas. En las veredas alfombradas de tierra y ceniza
se forman charcos, por las hojas de zacatón, arbusto o árbol van escurriendo
chorritos de agua primero y gotas pequeñas después de la lluvia. El agua
siempre vuelve a la tierra y con el paso del día va entrando, poco a poco, la
que escapa a la evaporación por el sol. Algo parecido ocurre cuando los hielos
de la cumbre de Don Goyo, como si fueran sus canas, se van derritiendo y forman
hilillos de agua que crecen hasta ser ríos mientras va montaña abajo, entre las
plantas, mojando ceniza. A veces, esa agua se mete entre los huecos del suelo y
los intersticios que quedan entre cada grano de tierra; otras veces, corre
hasta los valles en grandes caudales.
La infiltración no sería posible sin plantas
que afianzaran el suelo con sus raíces y éstas no podrían crecer si el ambiente
con que se viste Don Goyo pierde el equilibrio. Con la recarga de los acuíferos
que corren bajo Don Goyo y su compañera, es posible dar agua a los municipios
que se extienden a su alrededor, en los valles de México, Morelos, Puebla y
Tlaxcala, formando una de las zonas más pobladas del planeta. Con el tiempo, la
blanca cima del guerrero se hace más negruzca y el monte donde conviven agua y
fuego se va secando para volverse solamente un horno colosal.
Las canas de los glaciares forman ríos que poco a poco van hacia los valles y a veces se juntan, bajo tierra, con los acuíferos. (Foto: Javier Guzmán Sánchez). |