sábado, 17 de diciembre de 2011

Diez pesos de peso

El espejo es el contrincante más duro pero ¿has peleado con tu sombra?

Se pone de moda la relflexión barata, esa común que se escucha por un pasaje mínimo o por diez pesos. Se pone de moda pensar en escaparates como opresores del tiempo, en cuentas pendientes, en signos de pesos contra razones de peso para hacer un obsequio.

De pronto, se pintan las sombras de la reflexión; esas que se desvanecen con tantos reflectores operativos, prácticos, políticamente correctos. Miro en la calle el espejo de las miradas que se apresuran de vitrina en vitrina, de anuncio en anuncio. Un hombre camina con una niña de la mano, él roza el medio siglo y ella la primera década. El dedo tiembla y confirma el deseo en sus ojos: ropa, juguetes, zapatos. El bolsillo del hombre denota nerviosismo.

Sí, una historia más de quiero pero no puedo. Puedo pero no debo. Debo, debo, debo, del verbo deber, del estar obligado a dar algo a alguien. Al otro. Algo que se ha recibido previamente bajo condición de devolución en cantidad y calidad.

En mi mente resuena una leve línea en boca de mi pareja: Todo tú eres un lugar común.


Sí, la calle es el reflejo de una mirada común; de un pozo negro tan vacío de imágenes, de imaginación, que debe llenarse con producción en serie. El tamaño del pozo depende del horario de servicio, en ocasiones hay venta nocturna. El pozo tiene fondo permeable. La sustancia se filtra, venenosa, a las venas y va llenando poco a poco, mientras hay sístole y diástole, el vacío.


Al final, para la gigantesca amplitud del todo lo demás, existe Master Card.


Mañana será otro día, habrá que leer tinta roja y matemáticas, recordar tantas malas palabras como conozcamos. Una sonrisa y la pregunta con el automático gracias, me encanta.


La felicidad tiene tamaño y se mide con plásticos y papel moneda. La morralla es para comprar las reflexiones y olvidarlas entre tanto disco sin rótulo, sin nombre. Nada.


¿Has peleado con tu sombra?


Con la sombra que engulle los pasos de tu senda. Con el vacío que vigila que sigas el mismo pavimento que te separa cada metro del barro que te arropa. Cuando venga algo a acusar el vacío en las venas, habrá que pagar por tierra.


Todo tú eres un lugar común.


No te conozco, pero ahí va este obsequio que no conozco, de no sé dónde y no sé de quién, para no sé qué, porque... No tengo tiempo de desear conocer.


Hay un vacío en las venas, en los huesos. El tuétano debe dar asco, porque seguro es feo; me lo han contado.


"... ¿cuánto cuesta un minuto de tu vida?.."


"Va calado, va garantizado. Ya que le contiene..."


No has peleado con tu sombra. No has peleado con tu espejo. No has sentido. Será que de tanto qué hacer con la esperanza de evitar el vacío, en el vacío se te perdió el tiempo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Las motas del jaguar

El vaho invade el espacio frente a mi. Cuando camino, veo azules en mis manos; veo blancos. En mi piel se dibujan grietas; la edad se hace relieve y en sus minúsculos desfiladeros se guarece el aire calmo, sombrío, desmañanado. Las uñas se desperezan de sus tonos también azulados mientras urgo en mis bolsillos por monedas, tan frías tan impávidas tan violentas.

Mis yemas sienten esa violencia de lo intercambiable. Un pasaje, dos pasajes; el primero con calor de multitud, esa que hasta en domingo sigue su trabajo; el segundo con el frío que se quedaba mirando en las ventanas. Mi rostro con minutos de descanso, en los ojos se podría mirar que se contaron los latidos antes de ese sueño breve, esporádico, efímero. Mi boca con sonrisa inacabable, inalcanzable por aquellos trazos que antes la dibujaron y desdibujaron tantas veces. Las motas del jaguar en la noche.

Bajo, una calle desolada. Unos montes de frente, cobijados por neblinas heladas. Media hora y la misión quedará cumplida. Echo a andar. Entre mis manos, mi cuerpo; las grietas siguen ahí y mis ojos siguen mirando azul con blanco. Cada vez menos nítido, el cansancio comienza con sus estragos cuando la adrenalina se esfuma por los poros sudados.

Siento la piel. Aún tiembla, hace frío. Siento la carne, aún tiembla pero no por frío.

Entre mis labios existe un espacio. Flexible. El tiempo atraviesa el espacio y ahora, con el vaho escapando, tiembla mi lengua con las huellas del jaguar. Cada silencio forzado, un dedo frente a tu boca; cada suspiro apresado, tu piel en mi boca; cada huella de tus dientes en mis hombros, en mis brazos; cada pupila en mis cabellos, en tus párpados, en mis iris, en mis labios, bajo el dintel y en el umbral de un grito enmudecido que escuchaste de soslayo.

La humedad que se lleva puesto el calor de mi sangre y de mis entrañas, las que se fundieron con tus acequias, para formar una nubecita frente a mis pasos. Esa es la que imprime en el aire cada mota que dejaste. Mientras, el río espera, acecha, te está mirando.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Las hijas de Pirro

Valga poner esta reflexión en la red.

Hay batallas que se quieren librar, hay batallas que merecen llevarse hasta sus últimas consecuencias, hay las que no; hay unas que llevan pasaporte a la derrota. También hay batallas pírricas.

Es que hay que sostener eso que uno dice. La propia tesis, que sin las pompas de la academia y su burocracia es en cierto modo la comunión del deseo y el telar de razonamientos para, a través de la semiótica, contenerlos en el crisol de las palabras con todos los matices de nuestra vida. El caso es que no siempre comprendemos que esas tesis son más que ensayos.

Poco a poco las ideas se contienen en menos símbolos. Mi voz y mis palabras distan mucho de ser las de un filólogo o un letrista o un lingüísta, son las de un aficionado del idioma como muchos otros. Y como tal, en ocasiones me topo con la frustración de un trazo de olvido que hiere el horizonte: un ¿para qué? sin respuesta.

Entonces, la catarata inmediata de preguntas mancas de respuesta: ¿para quién? ¿para cuándo? ¿qué? ¿dónde? ¿por qué?

Cada vez contenemos más las ideas. Los símbolos se trocan por caracteres, quedan algunos reductos en los que perviven las diversas formas de "juntar palabras" y hacer que cobre un sentido o un sinsentido o varios. Hasta una combinación de ambos. ¡Pero son reductos! Mientras tanto se desvanece el mundo del argumento.

Poco a poco eso se ha desvanecido en una suerte de frontón con una misma idea viciada, manoseada, rebotada por mucho tiempo; tanto, que las manchas que ha ganado han eclipsado su color original. No hablaré de esencias, lo platónico a veces es nauseabundo. Pero las ideas han de trocarse de vez en cuando y para hacer es necesario mirarlas.

¿Acaso la repetición constante alcanza para mirar sus detalles? Creo que una apreciación debiera ser crítica... Pero parece ser que ese detalle del pensamiento inconforme, analítico y que cuestiona casi sin cansacio es algo que sobrevive a duras penas.

Siempre han habido ignorantes; el caso no es condenarlos. El caso es condenar la ignorancia por voluntad propia. A pesar del libre albedrío.

Mi hermana me comenta entre risas: "No hay peor ignorante que el ignorante con iniciativa"; puede que esa iniciativa lo vuelva idiota.

Es aquí donde entran las batallas. Son las ganas que desbordan el pecho por defender la reflexión sobre cómo se habla, cómo se escribe y qué se escribe, para quién. Es la reflexión de mirar dónde se pisa y por qué se pisa ahí; de qué es ese suelo que arropa nuestros pasos, que esos pasos son historias que nos contamos mientras las construimos. Que estos labios pueden conocer cosas y que ese acto de conocer no es un catálogo de sucesos, sino una antología de escenas.

La batalla contra la estupidez, como alguna vez dijo Quevedo en pluma de Pérez-Reverté (específicamente, Las aventuras del Capitán Alatriste). Seguro que merece la pena romperse la crisma por hacer que los humanitos piensen, esos que se sienten tan superiores que se inventan unciones de iconos a su imagen y semejanza (unciones que más bien parecen extremaunciones, pero ese es otro tema).

Ahora este galimatías es el habitáculo de las ideas replicadas hasta trasnocharlas. Y mientras, basta con que gusten; con decir, que se enmascara con el comentar. Basta y sobra con rebotar un par de horas, de pronto al siguiente día un recalentado de lo mismo y luego. El ostracismo.

Y no hablemos del corrector ortográfico que le meterían algunos a su lengua si es que existieran para tal efecto. Es evitar pensar, porque dicen que pensar es malo. Es rehuir a reflexionar el qué jodidos se está diciendo, porque tal vez uno descubra al monstruo que habita dentro de nosotros y que lucha por salir a gritar y desgarrar.

No discutan, vale con que la cotidianeidad parezca esa anécdota del mundo pequeño; esa estásis que Huxley retrató. Total, el índice de analfabetismo contempla al que no está avisado de la versión escrita de su idioma; cuando más bien deberían prender alarmas por la cantidad sobrecojedora de ignorantes con tendencias a la idiotez.

Parece ser que hay cierta alergia a la reflexión. A la sana reflexión. Y quien renuncie a esa moda, que de una vez se prepare; puede que dentro de poco deba desmentirse y resignarse a la corriente o sostenerse y seguir batallando.

Batallas que merecen llevarse, que a veces parecen batidas en retirada y que cada final del día nos llevan a pensar: Gané... El derecho a decir que gané.