jueves, 5 de enero de 2012

Hierba mala nunca muere

Hay un océano de gente aletargada y no sé si alcanzaré el aire que parece inerte. De flor se disfraza el tigre, sus garras son el tiempo que atraviesa la carne, las ropas, las pieles, el alma; sus dientes, el presente que miro como quien mira el miedo en cada paso y no los pasos… no el camino, quien hurga, pero no entre la hierba sino en ella, sobre ella sin sombra. El presente me come, no miro el pasado que dejó su huella húmeda y perenne en mi carne. El futuro no es ese que parece que se cierne sobre mí, aunque le pongo ropa de dientes; por no mirar la muerte, digo que la tormenta es mañana cuando es el instante que me muerde.

Hierba mala nunca muere, dicen, pero envenena a los demás. Llenamos dos, tres, cuatro días de un bisiesto que acaba en dos, nubes en el cielo y un sabor más agrio que dulce en la muda de calendario. La sazón de cada invierno, ese que sabemos crudo y duro pero que pintamos de rojos ajenos, de cascabeles, que poco a poco el rojo propio de ciertas hojas se esfuma ante los cristales y los plásticos; tal vez quede poco para tener flores encarnadas y poner muérdagos en los dinteles.

Seguro estos días son de ataques continuos a las agendas, de gimnasios llenos, de recato en los gastos, de ceniceros limpios y destapadores desolados. Seguro resuena el sí se puede como un eco grotesco y distorsionado de los villancicos de hace un par de semanas, cuando una tradición que ha quedado como maniquí sirve de nuevo pretexto para mil cosas. Todo ahora es bondad… todo parece serlo.

Estoy cierto que no seré el único amague de realismo y precisamente los ánimos de publicar estos pensamientos se basan en que la fuerza del río reside en su caudal. Pero ¿para qué la reflexión? ¿Para qué aguar la fiesta? De todas formas son tiempos de campaña… lo que sea que signifique eso.

Sí, campaña parece incluir el no pensar como requisito. Parecemos clientela frecuente del mismo yerbero…  La verde para relajarse, para apendejarse y dejar que todo fluya, sin tocarlo, sin abrazarlo, sin besarlo; porque todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es quedar.
Pero esto del veinte doce no es sólo cuestión de estar atentos a los 10 últimos segundos –previo consenso– ni de verter el mismo vino en las mismas copas ni de cambiar menús o actividades o sitos. Porque no es cambiar de día, y aún cambiar de día no es baladí.

Tampoco quiero sumarme a toda la paranoia con fundamentos cuestionables y argumentos flojos que invade los oídos, ojos y bocas. Pero vamos, es cambio de año y año con cambios, como cada día.
Es año nuevo, recién nacido, y todo sigue igual. El cambio por el cambio, como ese  que vino con el 2000; ese acrítico que inflama los pechos y brama a todos los vientos cuán bueno es cambiar.

¿Cambiar?

Habría que revisar qué es eso.

“[…] el tiempo sólo marca los vagos rastros del camino de la muerte.” (Albert Camus)

2 comentarios:

  1. Bueno Bueno... Me gusta tu reflexion y me recordo muy buenas platicas...

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  2. Muchas gracias por ambas: tu comentario y tu recuerdo (esté incluído ahí o no, lo desencadeno)

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