sábado, 3 de diciembre de 2011

Las hijas de Pirro

Valga poner esta reflexión en la red.

Hay batallas que se quieren librar, hay batallas que merecen llevarse hasta sus últimas consecuencias, hay las que no; hay unas que llevan pasaporte a la derrota. También hay batallas pírricas.

Es que hay que sostener eso que uno dice. La propia tesis, que sin las pompas de la academia y su burocracia es en cierto modo la comunión del deseo y el telar de razonamientos para, a través de la semiótica, contenerlos en el crisol de las palabras con todos los matices de nuestra vida. El caso es que no siempre comprendemos que esas tesis son más que ensayos.

Poco a poco las ideas se contienen en menos símbolos. Mi voz y mis palabras distan mucho de ser las de un filólogo o un letrista o un lingüísta, son las de un aficionado del idioma como muchos otros. Y como tal, en ocasiones me topo con la frustración de un trazo de olvido que hiere el horizonte: un ¿para qué? sin respuesta.

Entonces, la catarata inmediata de preguntas mancas de respuesta: ¿para quién? ¿para cuándo? ¿qué? ¿dónde? ¿por qué?

Cada vez contenemos más las ideas. Los símbolos se trocan por caracteres, quedan algunos reductos en los que perviven las diversas formas de "juntar palabras" y hacer que cobre un sentido o un sinsentido o varios. Hasta una combinación de ambos. ¡Pero son reductos! Mientras tanto se desvanece el mundo del argumento.

Poco a poco eso se ha desvanecido en una suerte de frontón con una misma idea viciada, manoseada, rebotada por mucho tiempo; tanto, que las manchas que ha ganado han eclipsado su color original. No hablaré de esencias, lo platónico a veces es nauseabundo. Pero las ideas han de trocarse de vez en cuando y para hacer es necesario mirarlas.

¿Acaso la repetición constante alcanza para mirar sus detalles? Creo que una apreciación debiera ser crítica... Pero parece ser que ese detalle del pensamiento inconforme, analítico y que cuestiona casi sin cansacio es algo que sobrevive a duras penas.

Siempre han habido ignorantes; el caso no es condenarlos. El caso es condenar la ignorancia por voluntad propia. A pesar del libre albedrío.

Mi hermana me comenta entre risas: "No hay peor ignorante que el ignorante con iniciativa"; puede que esa iniciativa lo vuelva idiota.

Es aquí donde entran las batallas. Son las ganas que desbordan el pecho por defender la reflexión sobre cómo se habla, cómo se escribe y qué se escribe, para quién. Es la reflexión de mirar dónde se pisa y por qué se pisa ahí; de qué es ese suelo que arropa nuestros pasos, que esos pasos son historias que nos contamos mientras las construimos. Que estos labios pueden conocer cosas y que ese acto de conocer no es un catálogo de sucesos, sino una antología de escenas.

La batalla contra la estupidez, como alguna vez dijo Quevedo en pluma de Pérez-Reverté (específicamente, Las aventuras del Capitán Alatriste). Seguro que merece la pena romperse la crisma por hacer que los humanitos piensen, esos que se sienten tan superiores que se inventan unciones de iconos a su imagen y semejanza (unciones que más bien parecen extremaunciones, pero ese es otro tema).

Ahora este galimatías es el habitáculo de las ideas replicadas hasta trasnocharlas. Y mientras, basta con que gusten; con decir, que se enmascara con el comentar. Basta y sobra con rebotar un par de horas, de pronto al siguiente día un recalentado de lo mismo y luego. El ostracismo.

Y no hablemos del corrector ortográfico que le meterían algunos a su lengua si es que existieran para tal efecto. Es evitar pensar, porque dicen que pensar es malo. Es rehuir a reflexionar el qué jodidos se está diciendo, porque tal vez uno descubra al monstruo que habita dentro de nosotros y que lucha por salir a gritar y desgarrar.

No discutan, vale con que la cotidianeidad parezca esa anécdota del mundo pequeño; esa estásis que Huxley retrató. Total, el índice de analfabetismo contempla al que no está avisado de la versión escrita de su idioma; cuando más bien deberían prender alarmas por la cantidad sobrecojedora de ignorantes con tendencias a la idiotez.

Parece ser que hay cierta alergia a la reflexión. A la sana reflexión. Y quien renuncie a esa moda, que de una vez se prepare; puede que dentro de poco deba desmentirse y resignarse a la corriente o sostenerse y seguir batallando.

Batallas que merecen llevarse, que a veces parecen batidas en retirada y que cada final del día nos llevan a pensar: Gané... El derecho a decir que gané.

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