lunes, 6 de febrero de 2012

De villamelones, lectores y comentaristas

Mientras nos acercamos a ese mundo feliz en el que sólo usamos las manos para acariciar cuando tenemos permiso expreso, donde decir que tan pendejo es el prójimo está proscrito y las entradas del diccionario se reducen al mínimo necesario para llenar los correctores ortográficos, porque los mismos libros son reliquias en mostradores de colecciones privadas (los museos, evidentemente, estarían reservados a los libros de historia), mientras todo eso ocurre y nos mantenemos en el absurdo que huye de sí mismo, camino.


Una plaza. De esas de las que nos enorgullecemos del nombre, porque conservan jardineras y bancas, de metal o de concreto, y un sendero para pasear; espacios de comercio rápido. Sitios donde nos podemos detener y conversar. Un poste y un cartel. Por un momento los colores violentos y nada cálidos, el rostro y una consigna de triunfador hecho-en-serie; todo ello se difumina para derivar en rojos y amarillos, en negros y en letras de "6 toros 6" y demás información. Me detengo, seguro es el hambre; unos tacos en la mañana y un par de huevos tibios en la madrugada no alcanzan luego de mover paquetes de un lado a otro en la ciudad. Pero sigo mirando al astado y al torero, con traje de luces y capote.


Mis tripas rugen. Hambre y coraje, mala combinación. Recuerdo con claridad tantos comentarios de villamelones al respecto de la lidia, la política, el fútbol, la ciencia, la religión. Recuerdo la falta de calidad argumentativa. ¡Pero sólo son comentarios! Su utilidad se reduce a un pulgar levantado, nada más. Sigo mi camino.


Puesto de periódicos en la esquina, como en tantas esquinas; un bolero dando brillo a un par de zapatillas azul marino; al fondo, una librería. En las primeras planas, lo de casi todos los días: dinero mal habido, marchas, muerte, fútbol y algún chisme de maniquíes móviles y con algo que es una grotesca mezcla entre carne y plástico. Un par de chicos frente al puesto, cigarrillo en mano y un vaso llamativo y de buen material con algo que pretende ser café, hablan de las noticias. Qué buena está, qué mal que tengamos esas autoridades, ¿cuánto le echas a que pierden tus gatitos?, está como gacho que sean las cosas tan así... como que deberían de anular el voto... Cuento 50 güey al final de mi resistencia.


Cosas de costumbre en el como discurso cotidiano.


Y entonces, parece que voy cuesta arriba. Conversaciones entrecortadas que escucho en un galimatías de comentarios inconexos, incoherentes, contradictorios. Por un lado, recuerdo que es posible celebrar la diversidad y el azar; pero ¿acaso cuando ser distinto se vuelve común no se deja de ser distinto?


El tema entre dos personas puede ser respetable y muy digno de debate y conversación, pero el modo es lo que rompe con todo el encanto que supone poder emitir opiniones en un habla inteligible. De pronto resulta mejor utilizar palabras rimbombantes que resuenan, atronadoras, en periódicos o televisión e intentar conectarlas con palabras vacías de significado, no por sí mismas sino por la soberana ignorancia con que se usan (ignorancia ignorada, además). Y luego viene la cereza del pastel: la huida como solución providencial. Al fin y al cabo, allá se gana en verde.


Y pienso: Pero también se gasta en verde.


Tal vez les convenga cambiar de madre, que de ahí salieron. Y por favor, que se ofendan, porque es lo menos que uno puede hacer después de sorprenderse al escupir al útero que nos cobijó.


Pero sigo andando. Los comentarios no cesan, una vorágine de palabras en un pastiche de temas que nada como un pez ahogándose en un pantano entre dos personas que defienden a la mujer porque el hombre siempre ha dicho que son pendejas, y por ello merecen ser llamados pendejos... Supongo que eso quiere decir equidad y liberación. Palabras que acusan al que discrimina porque pobrecitos, como si tuvieran que se defendidos.


Tomo asiento en una banca, espero, y veo pasar una nueva pareja; esta vez con sendos perritos de esas razas tan molestas por sus agudos y nerviosos ladridos pero que han resultado tan efectivas en el mercado por la supuesta lindura que representan. Escucho un nuevo comentario en esa vorágine de contradicciones: Deberían prohibir los toros, ¿es que no se dan cuenta que le duele al pobre torito? ¡Ya quiero ver que le hagan lo mismo al torero, abusivo!


¡Acabáramos! Con la soberana libertad que tenemos como humanos para seleccionar no menos de 3 razas desde el toro porque queremos carne, leche y lidia; y luego, con el cinismo y la alevosía nos decidimos a espetarle al mundo una opinión flaca de argumentos pero llena de sentimentalismo. ¿Pobre toro? ¡Pobre raza! Un animal seleccionado ex profeso para la tauromaquia y resulta que ya no ¿Y los minitoy? ¿Acaso la derivación egoísta y sádica de algo parecido a un lobo hasta un remedo de rata es aceptable?


No lo sé. Tal vez un torero no suelte capotazos a lo menso y sí tiemble por dentro al ver una embestida de semejante animalón a centímetros de sus huesitos; tal vez un toro seleccionado para morir en una corrida cumpla la misma función que la vaca seleccionada para morir en el rastro antes de la hamburguesa que nos zampamos o la gallina que pone huevos en serie para nuestros desayunos o el perrito condenado a la diabetes en su vejez tras la vida sedentaria como cría de canguro de quien sólo gusta de "verse" bien.


En gustos se rompen géneros y en comentarios, pensamiento.


6 villamelones 6, debería decir un cartel y plantarlos en un sitio para ver si con argumentos comenzamos a mirar qué decimos. Es muy fácil hablar cuando no se sabe, cuando jamás se ha leído de política o se ha presenciado la corrupción y uno se siente aliviado de repetir discursos baratos (pues nos han salido baratos); es muy fácil decir que no nos gusta la comida sin haberla probado u olido.


¿Hacer de todos analistas? No, eso es de libre albedrío; creo que más bien la pregunta es (con obvia respuesta afirmativa): ¿Fomentar la reflexión y el análisis?


Así, una campaña no se gana por que aquél sea un bombón bien peinado o porque profese amor y paz o porque tenga mano dura con sonrisa ingenua. Así, los deportes y la cultura se mirarían sin desdén y con mayor atención (huelga decir que aumentaría el profesionalismo, pues el mejor equipo no sería el campeón sino el que mejor se desempeña y en consecuencia no habría trofeos de regalo) y así sucesivamente, las conversaciones buscarían nutrirse de la facultad tan laureada en nuestra especie que es pensar y sentir, y no de pulgarcitos levantados antes de llenar el inventario del olvido.

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