lunes, 2 de abril de 2012

La otredad es urbana

I

Se me escapa una letra, una y sola,
una nota en el eco de mi tranco.

No es la traquea quien vomita,
no es el ano quien me aborta,
no es la piel ni la laringe ni el esófago.
No es el cuerpo, es la palabra
y la palabra es, por sí sola. En sí misma,
palabra ensimismada, principio otrora.

"Miro al otro que me nombra",
tanto polvo entre esas sílabas.

"Miro al otro que me nombra",
dice el otro con holgura.
¿Y si de regreso yo le nombro?
¡El apéndice en la cita!
Ese otro ha pasado en su diagnóstico;
en el sanitario, puso un punto anestesiado
en la frase ya amputada...
en el quirófano de la otredad que se evapora.

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II


El eco rebota, contagia al muro de memoria.

El espejo alterado, ni pulido ni opaco,
sucio de verbo hecho escupitajo,
pasan por él negras horas enteras,
hinchadas de mugre. El muro, el muro,
asfaltado de ruidos, inframundo,
en el suelo hay tiras del espejo inmundo,
tirado, putrefacto de mis ojos,
rechaza luz opaca, se retuercen memorias baratas,
moribundas, prostitutas de palabras.

La tortura de un aparato me satura,
y debajo se nos queda eso que nadaba
entre tantas lenguas, tantas bocas.

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III

¡Más halagos, más halagos!
Sus pupilas son tus aberturas,
en el cuenco de sus ojos está la cura.

¿Qué le pasa, joven hombre?
¡La mamila es de acero!
El pezón es de pixeles,
en su sueño no hay luceros.

¡Eres muerto de hambre de tus nombres!
Pero no eres carroñero,
esos nombres no te nutren,
sólo quitas, solamente me desecas.

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