domingo, 8 de abril de 2012

Deení

Del oscuro fondo de la noche nace luna con sus besos
en las pencas que se quedan, asoleadas, en el monte;
terroso monte, espinoso monte, nocturno monte.


Las espinas de la opuntia con estrellas reflejadas,
qué difícil es mirarlas sin sereno a media noche.


¡No son nubes!
Son mezquites los que guardan tanto cielo
entre las ramas de hojas que camuflan golondrinas,
oscuro vuelo, oscuro seno.


En los ojos brilla el barro entre las manos,
tan cansadas, tan quebradas, tan añejas;
azadón y hoces, el mecate entre los dedos
que en el cuello del borrico hace las cruces.
En los labios hay un blanco que no es leche,
hay un blanco que no es luces.


Polvo, polvo y rocas rotas en el valle,
pero no se huele podredumbre;
allá en el puerto se miraban ambas cuencas,
por un lado los riachuelos y las casas sueltas,
por el otro milpas, milpas y un río grande,
un poblado más maduro, más grandote.
En el medio, cerros azules.


Si amanece en primavera, hay un sol anaranjado,
hay un sol que se hace miles en nopales,
en la tierra hay escamoles,
pasa el tiempo y se guardaron las estrellas
¡se comieron cada una y ahora son negras!
Entre espinas y entre polvos,
el nopal con lunas que se cubren de verde tierra.


Y me dice, voz cansada: Sosteniendo con dos és,
eso es flor en otomí.

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