jueves, 28 de junio de 2012

De estabilidades...

Sus ojos merodeaban por la superficie y sus dedos bailaban, nerviosos, de aquí para allá. En ocasiones se detenían nada más para calcular el próximo salto a un ratón no-vivo que guía a los ojos. Mientras, los labios simulan aquello que se imprime en la luz de la pantalla: El mundo está roto.

Increíble. Las esperanzas, las palabras, los mensajes, el tacto y el otro se desgranan en esa ruptura virtual. Como si el mundo necesariamente fuese aquello que el humano atraviesa y no lo que atraviesa al humano. El mundo está roto porque la sociedad está rota, porque la generación de nuevas cabecitas es en masa, es idéntica y se coloca en canastos frescos con etiquetas impresas con un precio y un código de barras. Porque el reconocimiento en el otro se reduce a un pulgar minúsculo, apenas luminoso, que es intruso en la pupila y desencadena una sonrisa tan virtual como el pulsar la tecla delete o el botón de encendido.

¿Qué sucede con los sujetos? Nos aferramos a la ilusión y el deleite delirante de la propia imagen, que no escape a nuestro asiento, antes de confirmar qué tanto se rasga la piel con un sólo índice, con una palma, con un cacto, con un cabello... Con salir del mundo electrizado.

¿Qué ha pasado con las conexiones que reducen distancias? Que las han vuelto virtuales; tanto como el papel de uno en el mundo virtual, el mundo roto virtual, el mundo de la ruptura virtual. Ahí, somos una cifra: el cero inventado y lo que existe a su izquierda, en ese lugar que nada nos dice, del que nada sabemos, el que no nombramos.

De pronto la relación se reduce al par de trompos que giran sobre su propio eje y que, con el tiempo, se percatan de la imposibilidad de fundirse. De pronto, la sonrisa y el sentir son instantes que sobreviven gracias a un enchufe y una clavija. Y sobrevivimos, nos dejamos ir de muertito en el mar de la inmediatez, de la incertidumbre que vuelve todo un todo pantanoso e inestable. Pero estamos bien.

Sí, se fomenta esa estabilidad donde nada es seguro; donde se usan genéricos por no nombrar, por no sentir, por no atravesarnos. La queja luego, y luego la resignación. Al fin y al cabo ¿de qué sirve? Las preocupaciones se reducen a mantener la virtualidad de la propia existencia. La depresión se cura con una prótesis de nuestra sonrisa. El placebo más efectivo, te generas una otra vida sin el otro; y si no gusta, se personaliza ese laberinto donde todo es igual.

Manos que no tocan, corazón que no siente.



Dejo al calce el artículo que inspiró:

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