lunes, 2 de julio de 2012

Sin tirar la toalla

Hay eco interno, los pasos no llegan a las paredes revestidas por el tiempo en el gran cuadrilátero del Zócalo. La bandera ondea solitaria, casi pegada al asta. Una mujer sentada en las escaleras de la salida del Metro ojea un periódico barato; apenas se escuchan los autos por las calles y ya es horario de oficina. El centro deja transcurrir la vida por sus calles, un silencio inusitado en lunes.

La vida laboral continúa. Benditas vacaciones; en la red se contagia el activismo político y no falta quien golpea con la consabida hipócrita a quienes comienzan por la palabra y la difusión para luego pasar a la acción física. ¿Será que no cuenta como acción el hecho de informar y argumentar?

Pero ¿qué sucederá? Las primeras planas resaltan la fácil victoria que constituye el retorno de la dictadura perfecta. Al activismo se sigue la apatía y la tristeza, el luto y el miedo. ¿Miedo a qué? ¡Quién sabe! Pocos podemos nombrarlo: Miedo a pan con lo mismo, miedo al contracorriente de nuestro camino inmediato. Pero en absoluto miedo a la muerte.

Esto causa más tristeza que mirar el regreso del México Jurásico. El hecho de que la gente tiembla porque es necesario temblar, porque la multitud tiembla pero no sabe frente a qué tiembla, no sabe si realmente le afecta; en consecuencia, viene la apatía, la certeza de que nada puede hacer y eso es porque precisamente nada sabe de lo que podría hacer.

Las tiendas siguen abriendo, los claxon vuelven a sonar con sus amos histéricos.

¿De qué me sirve enterarme, informar, marchar, actuar? Si al final vuelven los dedos que me llaman hipócrita cuando intento irme por la derecha, respetar, reflexionar; si esos dedos pertenecen a criticones cómodos que no ofrecen argumentos salvo los yerros ajenos.

Y aún peor, ¿por qué buscar la congruencia? Si a mi alrededor el miedo ingenuo e ignorante da paso a la indiferencia de "ver el lado bueno" y mantenerse en la inercia que nos ha dejado donde estamos: Un pueblo virtual, ignorante de sí mismo, irresponsable, indiferente, insensible, inmediato, irreflexivo, un pueblo vestido de moda y no de historia, un pueblo vestido de simplezas gariboleadas y dispersas.

Buscar congruencia, enterarse, informarse, marchar, actuar... Todo eso por mi propia voz, que es lo que me queda en las ruinas entre las que ando; mi voz para mantenerme ligado a aquellos que también luchan, que también actúan agradecidos con la vida que se los permite.

En el zócalo vacío y triste se construyen nuevos caminos. En el cuadrilátero histórico se combate un nuevo asalto, dos minutos eternos hasta limpiar la sangre, la saliva y el sudor.

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