miércoles, 7 de marzo de 2012

Humanismo va con H de Huxley

Noche de martes, marzo. Tras un cristal, en una vitrina montada en el muro de un pasillo, hay anuncios y afiches con la cartelera de seminarios, puestas en escena, espectáculos de danza, música y demás cosas de lo que llaman pomposamente "cultura" (como si la cultura se armara en la cúpula, como alguna vez llegué a pensar, y no en la argamasa de la sociedad). Sea como fuere, mi mirada captó un papel con letras grises y negras sobre fondo blanco que anunciaba algo parecido a un seminario o un simposio o un encuentro, olvidé ese detalle con la suerte de síntesis que acomodaron para atraer público: Enlistados verticalmente y con sendos rectángulos, los 4 elementos que conformaban la realidad según diversas culturas antiguas. Al final ¡cómo no!, la estrella del escenario: el quinto elemento, el humano.

Alguna vez escuché que era el fútbol, otras veces el vacío, el caos, la madera, el metal... Vamos, tantas cosas; pero ninguna como en esta ocasión y, claro, sobra decir el lugar por obvio: Facultad de Filosofía y Letras.

¿Increíble? Tal vez risible. Pero, para mí no lo es; es para frustrarse, para indignarse aunque no para rasgarse las vestiduras.

La cosa es que tanto nos empeñamos en separarnos de la realidad: Los animales y los humanos, como si fuésemos reinos distintos entre los seres vivos (y eso que la sistemática es arbitraria y todo ello, pero hay una base empírica de similitudes biológicas entre los que conforman grupos amplios, o sea los reinos). Claro, una cosa es la animalidad que tenemos, la sociedad, la cultura y tantas cosas tan particulares; pero no dejamos de ser bichos bípedos con ínfimas posibilidades de supervivencia al desnudo y a campo traviesa con la tremebunda dependencia tecnológica y de "la civilización".

Incluso nos preciamos de manipular vida y muerte, de acomodar el cuerpo a la belleza estática. ¿De dónde viene todo esto? De la religiosidad, esa raíz tan hondamente enterrada en nuestra historia que nos deja pasar la idea de que somos egresados y nuestro destino es mandar en el mundo.

Bien, nuestro mundo como propiedad. Tan especiales que en él mandamos y cualquier otro ente vivo debe parecerse a nosotros, bípedo de preferencia, con tecnología comprensible y siempre, siempre, con el objetivo de conquistarnos. Un mundo aparte.

Ayer noté, con sorpresa, que no basta ser lo mejor del universo; ahora somos un elemento que genera realidad. ¿Acaso no es asquerosa esta melaza de elogios? ¿Acaso no es preocupante la ausencia de autocrítica? Independientemente de las muchas reflexiones que en definitiva rebasan en calidad y profundidad a este grito solitario, ¿acaso nuestras conversaciones no son huérfanas de humildad?

Tal vez esa otredad de la que se habla tanto (y tan pomposamente), esa muerte que tanto se alaba en ciertos círculos (y con tanto miedo), no sea otra cosa que los vapores de la melaza humanista. Pero ¿qué hay de la raíz natural? ¿de la carne? Tal vez agonizan entre letras, en circuitos, en ciudades, en la gran mentira que alimentamos para hacer un nicho a Aldous Huxley como único profeta.

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