martes, 22 de mayo de 2012

Universidad

Un café siempre es un buen pretexto, mantener ocupados los labios y la lengua; las manos pueden destrozar la calma de una servilleta o ahorcar un cigarrillo que aguarda por la flama que le de una razón de estar ahí, en la antesala. Mientras, la charla.

Una o dos citas pretenciosas y todo sigue igual. Como uno de esos que le mueven al café cuando ya se ha diluido todo cuanto le añadieron. Vamos, para eso están las citas pretenciosas, para soltar un destello culturoso.

Pero digamos que la persona tiene idea de cómo hablar, entonces la cita deriva en una charla que parece ser interesante y efervescente, florida y carnosa. Al final, cuando uno mira con detalle lo que se parloteó, se da cuenta de que ¡oh, sorpresa! No se dijo salvo, de la superficie, lo obvio. Como descubrir el hilo negro, lo que cabe en tres o cinco líneas, una escaramuza de esas de pasillo o de vagón del metro antes de la partida irremediable, pero que se alarga. La mezcla entre no saber decir pero medio saber qué decir o qué se querría decir.

A pesar de que en ocasiones no es intencional, el vacío de las palabras en una charla ficticia sigue molestando.

¡Y hay quienes se dicen preparados por estar en la Universidad!

Curiosamente tiene menos de superior que de educación, lo cual empeora su imagen. Ese recinto de análisis y crítica devino una cápsula, una sala de estar donde precisamente las palabras son vacías porque sólo se parlotean y al final siempre está el escudo del oxímoron o de la belleza en la contradicción tan humana, en que las reglas están para romperse. Lo más triste es que recursos tan críticos devienen pretextos para los holgazanes.

¿Qué hay de ese matiz de universalidad del universitario? Independientemente del nombre del recinto, se entiende el contexto al que me refiero.

¡Nada!

Pocos en realidad son quienes se interesan por lo que acontece más allá de sus muros (qué apropiado momento para usar esa palabra). En comparación con la matrícula universitaria, al menos en México, pocos son los que hablan más allá de su jerga y menos los que se atreven a entrever que tal vez, sólo tal vez, su disciplina no es el non plus ultra.

Hay que aclarar: Es obvio que si estudié biología hable de cosas de biólogos, pero limitarme a eso es lo que señalo como un error, pues es contradictorio con la idea de universalidad, de un campus donde pueden converger discursos de distintos campos del conocimiento y fomentar la discusión y la argumentación, de pronto la cosa se vuelve dogmática y aún si uno se mete a los escabrosos caminos de la teología y el diálogo religioso, comienzan los fanatismos.

Resuenan el no me interesa, el ¿para qué?, el no sirve, el ¡no voy a gastar mi tiempo explicando a idiotas que me entenderán! y un larguísimo etcétera.

Al final, lo más triste: ¡Cuántas quejas hay de lo apestosa que es la realidad social! Pero cuánta apatía y egoísmo.

¿Las marchas? ¿Las manifestaciones? ¡Faltaba más! Ya era hora de que metiéramos mano en un presente que construimos entre todos.

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